miércoles, 20 de octubre de 2010

El Antismitismo en Hitler y el Nazismo

En este contexto fue en el que surgió el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), el partido nazi, fundado en Múnich en 1919, cuyo programa oficial de 1920 proponía la unión de todos los alemanes dentro de una Gran Alemania y que sólo las personas de sangre o raza alemana pudiesen ser nacionales (ciudadanas del Estado) y directores de medios de comunicación. Explícitamente, además, el NSDAP propugnaba un cristianismo constructivo y luchaba contra el espíritu judeomaterialista en el interior y el exterior del país.
La primera declaración política conocida de su principal líder, el ex cabo del ejército alemán Adolf Hitler, expuesta en una carta del 16 de septiembre de 1919, incidía sobre la cuestión judía partiendo de la base de que la comunidad judía era un grupo estrictamente racial y no religioso. Además,
describe las acciones de dicha colectividad como causantes "de una tuberculosis racial de los pueblos". Desecha los pogromos como una respuesta meramente "emocional" al problema y exige un "antisemitismo racional" que imponga una ley de extranjería a los judíos, con el fin de revocar sus "privilegios especiales". El objetivo final, según le escribe al destinatario de la carta, "debe ser la extirpación [Entfernung] completa de los judíos".
Con sus fundamentos nacionalistas y antisemitas, el partido nazi se fue desarrollando poco a poco sobre la base de una intensa y llamativa actividad casi diaria de sus militantes. Entre 1919 y 1924 su zona de acción se reducía a Baviera, donde captó a una heterogénea masa de alemanes compuesta de antiguos soldados, de anticomunistas y antisemitas y, en general, de desclasados atraídos por la idea de una revolución nacional. Sus ideas antisemitas eran expuestas con frecuencia en diversos discursos pronunciados tanto por Hitler como por otros nazis, como Alfred Rosenberg, Julius Streicher o Hermann Esser, e insistían en la necesidad de tomar medidas contundentes contra los judíos de forma que su influencia sobre la sociedad alemana se eliminase por completo.
En noviembre de 1923, el NSDAP intentó hacerse con el poder para marchar, a continuación, sobre Berlín con el objeto de derrocar a la República de Weimar. El conocido como putsch de Múnich fracasó con la simple intervención de la policía, y Hitler fue detenido.
Sin embargo, el juicio subsiguiente se convirtió en una plataforma publicitaria para Hitler y su partido, y durante los nueve meses que pasó en la cárcel en 1924 tuvo tiempo para escribir su autobiografía política, titulada Mein Kampf, que terminaría por convertirse en la biblia del movimiento nazi y en un texto esencial del antisemitismo, que el autor, según su propia confesión, había aprendido de personajes como el compositor Richard Wagner, Karl Lueger, alcalde de Viena, y el nacionalista extremista Georg von Schönerer.
Wagner, a quien musicalmente admiraba Hitler por encima de cualquier otro músico, había expuesto en numerosas ocasiones auténticas diatribas contra el papel corruptor de los judíos en el arte en general, a quienes consideraba la conciencia maligna de nuestra civilización moderna o el versátil genio corruptor de la humanidad.
De Lueger tomaría la inspiración para utilizar el antisemitismo como un instrumento de movilización de masas, en tanto podía materializar los resentimientos del ciudadano común (el judío como asesino de Cristo, el judío como usurero enriquecido mientras los demás se arruinan...).
Y en cuanto a von Schönerer, Hitler había asumido íntegramente sus postulados radicales
sobre la necesidad de un antisemitismo étnico intransigente -basado en la sangre y la raza-, [y adoptado] su odio hacia la "prensa judía" y la "socialdemocracia dirigida por judíos".
Además de estas influencias, determinadas experiencias personales del propio Hitler relatadas en Mi lucha, le llevaron a convertirse en un antisemita fríamente racional, comprendiendo, además, la naturaleza judaica de la socialdemocracia internacionalista austríaca.[50]
Como consecuencia de lo anterior
Hitler llamó, desde principios de la década de 1920, a una guerra sin cuartel contra "la doctrina judaica del marxismo", que impugnaba "la relevancia de la nacionalidad y la raza", negaba el valor de la personalidad y se oponía a las "leyes eternas de la naturaleza" con sus doctrinas igualitarias.
Hasta 1924, la demagogia global antisemita era el tema principal en casi todos los discursos de Hitler y se dirigía, especialmente, contra los judíos por su supuesto papel como finacieros, capitalistas, responsables del mercado negro y aprovechados. Sin embargo, el impacto de la guerra civil rusa modificó está línea discursiva hacia la identificación de los judíos con el bolchevismo y hacia un explícito antimarxismo (que Hitler igualaba a la lucha contra los judíos).
Así, pues,
hacia 1924 el núcleo central de la visión del mundo de Hitler -la historia como lucha racial y la aniquilación tanto del judaísmo (lo que quiera que eso pudiese significar en términos concretos), como de su más peligrosa manifestación política e ideológica, el marxismo -era una concepción firmemente instaurada en su pensamiento.
También en Mi lucha (1925-1926) habla de lo oportuno que hubiese sido gasear de doce mil a quince mil judíos o hebreos corruptores durante la Primera Guerra Mundial, convencido como estaba, al igual que otros muchos ex soldados, de que Alemania había sufrido en esa guerra la traición de pacifistas y marxistas, todos ellos incitados por los judíos. La fijación de esta culpa haría que a principios de 1939 le expresase al Ministro de Asuntos Exteriores checo su pretensión de destruir a los judíos como castigo por lo que habían hecho el 9 de noviembre de 1918 (fecha de la rendición de Alemania y de la consecuente instauración de la República de Weimar). A través de su identificación del judío con el marxismo y el bolchevismo, también responsabilizaba a los judíos de lo que denominaba genocidio judeobolchevique durante la Revolución rusa.
Haciendo uso de un lenguaje no solo extremo, sino que apuntaba hacia una mentalidad proto genocida, era característico asimismo de los discursos de Hitler, cuando tocaba la cuestión judía, la deshumanización constante a la que sometía a los judíos
por medio de un lenguaje zoológico que los calificaba de raza inferior, de "plaga" de la que había que hacer limpieza o también de gérmenes, bacilos y microbios que atacaban y envenenaban el organismo hasta que se los erradicaba. Se presentaba a la comunidad judía como el equivalente de una peste bubónica medieval, con la salvedad que, en este caso, las metáforas médicas se habían modernizado y evocaban enfermedades mortales como el cáncer o la tuberculosis. (...) Se percibía a los judíos como una "contrarraza" diametralmente opuesta a los "arios" alemanes, y se los consideraba intrínsecamente destructivos, parasitarios y agentes de descomposición (Zersetzung).
Todo este antisemitismo tuvo, además, diversas publicaciones como herramientas para llegar al gran público. Destacó entre ellas Der Stürmer, donde se acusaba habitualmente a los judíos de violar a jóvenes alemanas y explotarlas como prostitutas, de raptar a niños y luego asesinarlos ritualmente, y de pretender empozoñar la sangre alemana a través de las relaciones sexuales para destruir la familia y el Volk (pueblo) alemanes.
También entre 1926 y 1928 Hitler se fue interesando cada vez más por la cuestión del territorio, cuya escasez por parte de Alemania se habría de solventar sustentándose en su creencia en el darwinismo social y en su teoría de la historia racial, por lo cual el más débil debía caer en beneficio del más fuerte. Así las cosas,
según su punto de vista, hay tres valores decisivos en lo que al destino de un pueblo se refiere: el valor de la sangre o la raza, el valor de la personalidad y su espíritu guerrero o espíritu de supervivencia. Estos tres valores, encarnados por la "raza aria", corrían, bajo el punto de vista de Hitler, un riesgo mortal por culpa de los tres "vicios" del "marxismo judío": la democracia, el pacifismo y el internacionalismo.
Con todo, sólo una minoría del partido nazi consideraba el antisemitismo como la cuestión principal, siendo un tema menos atractivo a la hora de conseguir seguidores como lo podían ser el anticomunismo, el nacionalismo o el desempleo. Aun así, constituyó un elemento clave en el reclutamiento entre los jóvenes, hasta el punto de convertirse en el trampolín para que los nazis pudiesen llegar a dominar las universidades alemanas ya hacia 1930, y fue relativamente fácil propagarlo entre las clases médicas y profesorales, donde se fomentó la competitividad con los numerosos judíos presentes en ellas.
El movimiento hitleriano fue un fenómeno minúsculo y marginal políticamente hablando hasta la elección del Reichstag en mayo de 1928. Sin embargo, el nazismo se fue extendiendo en las zonas rurales y la clase media urbana ya a finales de la década, justo en plena crisis económica, permitiendo que en las elecciones de septiembre de 1930 el partido se convirtiese en la segunda fuerza política de Alemania. Dos años después, sería la primera. Durante esos años, el mensaje nazi se centró más en la necesidad de un nacionalismo integral antes que en insistir en el antisemitismo, habida cuenta de que Hitler había percibido que no era el elemento más efectivo para captar votos por no ser una preocupación de primer orden entre el electorado.
No obstante, fue empleado con gran efectividad para exacerbar los agravios locales, para satisfacer los afanes anticapitalistas radicales de las bases de las SA y para reforzar las campañas callejeras contra los partidos marxistas.
En este contexto, en 1931 el jefe de las SS Heinrich Himmler y Richard Darré fundaron la «Oficina General de la Raza y la Repoblación» (conocida por sus siglas RuSHA, de Rasse-und Siedlungshauptamt) y en 1932 un grupo de nazis fundó el «Movimiento de la Fe» de los alemanes cristianos, para radicalizar los ideales antisemitas, anticatólicos y antimarxistas en el nacionalismo alemán.

 

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